17/2/09

NO VAMOS POR BUEN CAMINO, DE HECHO NO SABEMOS NI POR EL CAMINO QUE VAMOS

El Sistema ha entrado en crisis, financiera, económica, dicen los voceros mediáticos; sin embargo la "cosa" es más amplia y profunda, donde lo económico es sólo la punta del iceberg, como por otra parte ya venimos denunciando desde hace años desde MNSV. La "avaricia rompe el saco", sentencia el dicho popular, pero no al "saqueador", y éste volverá a la carga en cuanto se recupere para llenar de nuevo otros "sacos" que terminará rompiendo, y así hasta darle "por saco" a la economía y a la ecología: las consecuencias de sus desmanes se socializan consumiendo el dinero público y los bienes de la naturaleza (que también son públicos). En torno a estas reflexiones coloco los tres artículos que aparecen más abajo:
1. EL CALENTAMIENTO GLOBAL SERÁ PEOR DE LO PREVISTO.
2. ¿QUIÉN TEME AL DECRECIMIENTO FEROZ?
3. SALIR DEL CAPITALISMO PARA SALVAR AL PLANETA.

EL CALENTAMIENTO GLOBAL SERÁ PEOR DE LO PREVISTO.
El CO2 emitido entre 2000 y 2007 rebasa los pronósticos del IPCC de la ONU
NUÑO DOMÍNGUEZ - Chicago - 15/02/2009 Público.es

A pesar de los esfuerzos internacionales para frenar el cambio climático, las emisiones de CO2 están aumentando a un ritmo que supera todas las previsiones. En 2007, expertos de todo el mundo pintaron diferentes escenarios para los próximos años dependiendo de la cantidad de CO2 que se emitiera a la atmosfera. Pero hasta el peor de esos futuros posibles ya ha sido superado por la realidad.

Uno de los líderes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas advirtió el sábado de que los niveles de CO2 emitidos entre 2000 y 2007 rebasan todas las previsiones de este organismo y pueden ocasionar impactos irreversibles en todo el planeta.
"No habíamos visto otro periodo en el que las emisiones fueran tan intensas", señaló Christopher Field, miembro del IPCC e investigador de la Universidad de Stanford (EEUU). El experto explicó en Chicago, durante la reunión anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, que desde 2000 las emisiones han crecido un 3,5% cada año. El ritmo de crecimiento en 1990 era de un 1%.

Field explicó que gran parte de este aumento se debe a la enorme cantidad de emisiones que países emergentes como China e India han aportado a la carrera global del calentamiento. Sin embargo, siguen siendo los países industrializados, con EEUU a la cabeza, los responsables de la mayor parte de las emisiones.
Impacto irreversible

Este aumento general de la concentración de CO2 podría desatar un mayor calentamiento global al final de este siglo, cuyo impacto sería irreversible, advirtió Field.

De seguir así, el aumento de las temperaturas hará que grandes barreras naturales que frenan el avance del cambio climático, como los bosques tropicales, se conviertan en fuentes de gases de efecto invernadero. Los bosques tropicales actúan como un gran pulmón que absorbe dióxido de carbono.

Pero Field alertó de que, si siguen aumentando las temparaturas, estos bosques podrían secarse y arder, lo que pondría en circulación una cantidad inmensa de CO2 y conllevaría una subida aún mayor de las temperaturas.

Fields apuntó que el calentamiento también podría derretir el permafrost, una capa de vegetación que ha estado helada durante miles de años bajo la superficie de la tundra ártica. Esta enorme área de terreno en torno al círculo polar contiene una reserva de materia orgánica con un billón de toneladas de CO2, casi el triple de la actual concentración en la atmósfera.

El metano, otro gas de efecto invernadero 20 veces más potente que el CO2, también está aflorando a medida que se derrite el helado subsuelo de la tundra. Este ecosistema está además especialmente amenazado, pues el aumento global de las temperaturas es mayor en el Ártico que en ningún otro lugar del planeta, señaló Fields.


¿QUIÉN TEME AL DECRECIMIENTO FEROZ?
José Daniel Espejo. Foro Ciudadano de la Región de Murcia.

Aunque suene tan mal, el término decrecimiento no hace referencia a crisis alguna, ni la que nos sacude ahora ni ninguna otra. No es un efecto ni un síntoma, sino una teoría económica y social que lleva entre nosotros ya más de treinta años. Parece haberse puesto de moda: tengamos mucho cuidado, pues, de acercarnos a ella sin los prejuicios añadidos, que tertulianos ya van sobrando.

Los partidarios del decrecimiento no son una secta amish ni una comuna hippy. Uno de sus postulados básicos, el que dice que la sociedad tardocapitalista se apoya en el consumo de materias primas finitas (petróleo, gas, coltán, etcétera) cuyo agotamiento va a hacer implosionar el mismo sistema que las explota, es difícilmente rebatible. Tampoco es fácil negar la evidencia de que, para cuando hayamos acabado de consumir todo el petróleo, los gases de efecto invernadero habrán provocado un colapso climático de proporciones teomáquicas. Parten de un concepto compartido por la mayoría de la población, Al Gore y los demás: que por este camino no vamos a otra parte que a nuestra propia destrucción, bien en esta generación bien en una muy cercana. La diferencia está en el uso que hacen de este concepto. Donde muchos de nosotros, incluyendo nuestra clase política, nos limitamos a utilizar indiscriminadamente el adjetivo sostenible y su derivado sostenibilidad hasta neutralizar todo significado (como saben, ya hay coches sostenibles en versión gasolina y diésel, campos de golf sostenibles y hasta un festival de música pop reglamentariamente sostenible), los teóricos del decrecimiento proponen un plan articulado y vinculante capaz de reducir de forma ordenada nuestra dependencia de estas materias y nuestra huella ecológica. Se trata de revisar cuidadosamente nuestras necesidades y separarlas de nuestros caprichos, relegando estos últimos, y de atender las primeras del modo más eficiente posible. No por un acceso de fundamentalismo neoludita, insisto, sino como resultado de una operación aritmética. Una fácil: una suma. De dos cantidades. Siendo la primera un dos. Y la segunda también.

No nos engañemos: estos planes no forman parte de la agenda política de ningún gobierno, ni Obama I de América va a ponerlos sobre ninguna mesa de negociación. En cuanto al decrecimiento, el acuerdo en su contra es total (-itario). Tanto da si personajes como José María Aznar (presidiendo congresos a sueldo de Exxon) o Mariano Rajoy (haciendo chistes con su primo a cuenta del cambio climático) parecen decididos a dispararse políticamente en el pie con ciertos comunicados acongojantes: la administración más ecologista de toda la Unión Europea no lo es sino en número de emisiones del adjetivo sostenible por minuto, mientras amplía o promueve nuevos aeropuertos, extiende las redes de autopistas hasta donde ni siquiera vive nadie o insta a comprar más coches, con optimismo, a la población. Si alguna vez soñamos que era tarea de las administraciones ayudarnos a reducir nuestra dependencia de los hidrocarburos, y que era posible castigar a los partidos que no lo hicieran votando a la oposición, seguramente es hora de despertarse. Y de levantar la voz. Entre los diferentes planes de estímulo económico puestos en marcha por los países occidentales, abundan las grandes inversiones en infraestructuras. No estaría de más saber quién ha establecido el orden de prelación y por qué el asfalto y el cemento se han convertido en nuestra necesidad más acuciante, si hasta hace apenas un año la iniciativa privada ya nos los proporcionaba en raciones king size, sin financiación pública mediante.

En Francia el movimiento cuenta hasta con un partido político, el Parti pour la décroissance, que aglutina diferentes posturas izquierdistas y ecologistas más radicales o menos, y tiene entre sus voceros a pensadores como Serge Latouche o André Gorz. El icono más extendido del movimiento es el caracol, debido a uno de sus textos fundacionales, un fragmento de Iván Illich conocido como la lógica del caracol: El caracol construye la delicada arquitectura de su concha añadiendo una tras otra las espiras cada vez más amplias; después cesa bruscamente y comienza a enroscarse esta vez en decrecimiento, ya que una sola espira más daría a la concha una dimensión 16 veces más grande, lo que en lugar de contribuir al bienestar del animal, lo sobrecargaría. Y desde entonces, cualquier aumento de su productividad serviría sólo para paliar las dificultades creadas por esta ampliación de la concha, fuera de los límites fijados por su finalidad. Pasado el punto límite de la ampliación de las espiras, los problemas del sobrecrecimiento se multiplican en progresión geométrica, mientras que la capacidad biológica del caracol sólo puede, en el mejor de los casos, seguir una progresión aritmética.

Si trabajase en márketing, cosa que afortunadamente no me ocurre, les recomendaría que cambiasen de nombre. Hay muchos sectores económicos no basados en la rapiña de materias primas finitas, y por tanto exentos de la dieta, que, de hecho, se verían revitalizados por un aterrizaje controlado de los otros: las energías renovables son el ejemplo más obvio, pero también la sanidad, los servicios sociales, la educación, la cultura, la agricultura local o el ecoturismo tienen un margen muy amplio para crecer en un mundo no autodestructivo. Sobre todo si pensamos que tal vez el P.I.B. no es la Palabra Indiscutible del Bien y que para medir el bienestar y la sensatez de una sociedad hay tal vez indicadores mejores que la suma del valor de todos sus bienes.

josedanielespejo.blogspot.com

SALIR DEL CAPITALISMO PARA SALVAR AL PLANETA
Un libro de Hervé Kemft.
http://mneaquitaine.wordpress.com Traducción Susana Merino.


Hervé Kemft no es solo un periodista de Le Monde. Es un ecólogo de la razón, un militante de la pluma que ha alumbrado una nueva obra de referencia para la causa ambientalista. No vayan a creer que Hervé Kemft es un khmer rojo/verde. No pretende abandonar la economía de mercado solo salir de lo que el llama “ un estado social en el que la gente solo se halla motivada por la búsqueda de ganancias y acepta que todas las actividades por las que se hallan relacionados sus individuos sean reguladas por los mecanismos del mercado ” .

Kempf analiza en perspectiva 30 años de capitalismo desenfrenado y mortífero, lo que algunos llama ultraliberalismo para relegar al olvido a los accionistas. Treinta años en que los accionistas y sus grandes y serviles dirigentes han venido ganando en influencia – y ganancias - con el propósito de imponer su egoísta modelo. Ahora cuando la crisis financiera apesta “ nada sería peor que, frente a las dificultades, dejar a la oligarquía recurrir a los viejos remedios, un relanzamiento masivo, una reconstrucción del orden anterior ”

¡La urgencia ecológica y la justicia social deben hallarse en el centro del proyecto político de estos tiempos! ” ¿Un altermundista Kempf? Puede ser. Pero con el rigor de un científico para confirmarlo. Estamos acelerando la destrucción de la tierra para complacer las necesidades compulsivas de la oligarquía y de quienes aspiran a integrarla. Como contrapartida participando de la alienación que provoca un sistema que genera esta enorme crisis económica, duplicada por una crisis ecológica sin precedentes, en que la clase media recoge las migajas de la torta de los oligarcas y los pobres las migajas de las migajas. Solo una muy pequeña oligarquía mundial, goza realmente de un sistema que ha desviado en provecho propio. Gracias a los demás, ustedes, yo, nosotros…

Y entonces ¿para qué continuar? ¿Porqué seguir aceptando esta alienación? Parece que la manipulación colectiva del sistema capitalista ha desviado al individuo de las lógicas colectivas. El condicionamiento síquico del cada uno para sí mismo, donde el bien común ha sido reducido al aumento del PBI. Es necesario tomar conciencia. Hoy más que nunca “ ser subversivo es pasar de lo individual a lo colectivo ” Hervé Kemft desmitifica el “ crecimiento verde ” , ese instrumento del viejo crecimiento disfrazado de buena conciencia que la oligarquía ha llegado a integrar, cuyo objetivo es solo perpetuar el sistema capitalista sin cambiar ni un ápice su carácter devastador.

El crecimiento verde es un “ big green washing ” inventado por las élites presionadas por la opinión pública para consumar la ilusión tecnológica y continuar aumentando los dividendos. La tecnología no será suficientes para vencer la crisis ambiental. Ni la energía nuclear, ni la renovable impedirán el desastre del cambio climático. La energía nuclear menos aún que las energías renovables. Sería necesario realizar un cambio radical para desviar la trayectoria del desastre. Las conclusiones del libro parecen sombrías, adiós a la ilusión del crecimiento verde. Deconstrucción global, hay que ir más lejos, reinventar la organización de las relaciones sociales, para servir a los objetivos del bien común, para no seguir alienado dentro de un modelo individualista.

Es necesario salirse de los condicionamientos para abrirle a lo posible el porvenir. Mantenerse en la economía de mercado y salir del capitalismo, es alentar exigencias de solidaridad salvadora para la humanidad y el ecosistema. No es volver a la era de las cavernas o a la economía planificada. Es vivir en una época en que el mercado sería “ un hábito del mundo y no un déspota nervioso ” en que “ las personas se hallen motivadas por otras alternativas y no solo por el propio interés ” . Mutuales cooperativas, asociaciones, impuestos, indicadores de bienestar, asociaciones, inversiones solidarias, reglas de protección ambiental y social… tenemos muchos instrumentos alternativos al capitalismo. ¿Quién puede llevar adelante este proyecto político ¿En Francia, en Europa, en el mundo?



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