23/2/09

¿QUIÉN ES MARROQUÍ? (Sobre la censura en "La Mar de Letras" de Cartagena)



ABDELLAH TAIA. El País. 21/02/2009

Tras incluirlos en el programa de su próxima edición, el prestigioso Festival de Cartagena acaba de excluir a Nadia Yasín, hija del jeque Yasín, líder del movimiento islamista Al Adl wal Ihsan, y a Ali Lmrabet, periodista exiliado en España. Ninguno de los dos participará, pues, en los debates sobre Marruecos y su producción literaria e intelectual que tendrán lugar en tal ocasión. Como respuesta a tan inaceptable e incomprensible censura, Lola López Mondéjar, organizadora de los debates, ha dimitido del festival. Si escribo este texto es para apoyar su decisión y para anunciar mi retirada del Festival de Cartagena

Lo menos que puedo decir es que estoy furioso. Y perplejo. Nunca hubiera creído posible semejante censura en un país democrático. Claro que 2009 es oficialmente el año de Marruecos en España. Pero de ahí a que un gran festival como el de Cartagena ceda a las presiones... ¿Y de quién, exactamente? ¿De las autoridades marroquíes? ¿De la Embajada de Marruecos en Madrid? ¿Y por qué?

En su defensa, el director del festival declaró la semana pasada en EL PAÍS que yo, Abdellah Taia, de 35 años, escritor y primer marroquí en asumir públicamente su homosexualidad, participaría según lo previsto y hablaría libremente de todo, incluyendo mi sexualidad.

¿Qué quiere decir todo esto? ¿Que el homosexual marroquí es bienvenido en España, pero no una mujer perteneciente a un movimiento islamista ni un periodista que ha tenido grandes problemas con las autoridades marroquíes? No puedo aceptarlo. No puedo dejar que me manejen así. No quiero que me concedan la palabra en detrimento de otros marroquíes. Si hablé de mi homosexualidad en Marruecos fue por una necesidad interior (y no necesité autorización ni bendición alguna). Fue, antes que nada, un combate por el acceso a la individualidad, y no solamente por mí.

Lo que echamos terriblemente de menos en Marruecos y nos impide avanzar, liberarnos, son, entre otras cosas, los debates contradictorios. Me refiero a los reales, no a esos debates para la galería que pretenden dar una falsa imagen de progreso y modernidad. Desgraciadamente, pese al excelente trabajo de algunos medios de comunicación (Tel Quel, Le Journal Hebdo, determinadas emisoras de radio, etcétera), este tipo de debate, cuando lo hay, no llega a todos los marroquíes. Y la decisión del Festival de Cartagena no va a contribuir a cambiar las cosas. Por otra parte, se trata de una decisión extraña. Nadia Yasín y Ali Lmrabet se expresan regularmente en los diarios marroquíes. ¿Por qué apartarlos ahora? Misterio. ¿Son menos marroquíes que yo? ¿Menos fashion, tal vez? ¿Más "peligrosos"?

En Marruecos no es fácil tomar la palabra. Sé de lo que hablo. Crecí en Salé, frente a Rabat, la capital, en una familia pobre y en la sumisión y el aislamiento totales. Era como si Marruecos tampoco me perteneciese a mí. Como si la sociedad marroquí no existiese. Nunca me enseñaron a hablar. Me dijeron que me callase: en eso consistía la buena educación. Día tras día, año tras año, me repetían que las paredes tienen oídos. Que nosotros somos los pobres. Eternamente. Me transmitieron una visión demasiado simplista de la religión. El verdadero credo era el miedo. Miedo para toda la vida. Miedo para no salir nunca de la miseria ni de la ignorancia. Ese miedo que paraliza, mata y te prepara para la autodestrucción o el extremismo.

En Marruecos hablar es un lujo. Aquellos que pueden, tienen la responsabilidad de hacerlo por los demás, la responsabilidad de denunciar, de abrir el debate. Sorprender, provocar... Sólo así se puede cambiar el mundo y obtener derechos; ser dueño de uno mismo por fin.

En Marruecos oía a menudo cómo anatemizaban a éste o aquél por una supuesta traición al país y a sus ideales. Solía oír este tipo de frases: "No es marroquí. Nunca lo fue y nunca lo será". Hoy se oyen también, y cada vez más, frases como ésta: "No es musulmán, no es un buen musulmán". ¿Un impío, entonces? Desgraciadamente, ciertos intelectuales y artistas profieren también estas peligrosas negaciones que desvían la atención de los verdaderos problemas y no ayudan al marroquí a levantarse para gritar, para existir.

En mayo de 2007 oí esos mismos juicios escandalosos referidos a dos hermanos que cometieron un doble atentado suicida en Casablanca. Tras vagar durante casi dos días por las calles, saltaron por los aires no muy lejos del consulado norteamericano. No mataron a nadie. Sólo a sí mismos. En el colmo de la desesperanza en la que vive desde hace demasiado tiempo la juventud marroquí. Fue un grito desde el corazón, desde las tripas. Un llamamiento a la sociedad marroquí. No fue escuchado. Seguramente estimamos que no era culpa ni responsabilidad nuestra. Normal: esos dos hermanos "no eran marroquíes". ¿Verdad?

¿Quién lo es entonces?

Abdellah Taia es escritor marroquí. Traducción de José Luis Sánchez-Silva.


LA MAR DE CENSURAS

Angel Montiel. La feliz gobernación
Diario La Opinión de Murcia, 22 de febrero de 2009

Pongamos el siguiente supuesto: una ciudad de un país extranjero democrático decide en tiempos de Franco organizar un festival cultural temático sobre España, y sus promotores deben someter la programación al visto bueno del Palacio del Pardo. ¿Qué tendría que haber pensado en tal caso un demócrata español? No es preciso detallar la respuesta. ¿Cabe en cabeza humana, siguiendo ese supuesto, que tal festival en su vertiente literaria, diera la imagen real de España con los autores adictos al régimen, y con exclusión de los Martín Santos, los Goytisolo´s, los Arrabal, los Alfonso Sastre, los Ferlosio?...Supongamos que los responsables de ese imaginario festival hubieran justificado la programación de los Coros y Danzas de la Sección Femenina y la conferencia de Fernando Vizcaíno Casas con el pretexto de que "la embajada española paga parte del presupuesto". Habríamos concluido entonces que las dictaduras legalizan en las democracias la persecución de la libertad que ejercen en su territorio mediante un golpe de chequera. Es decir, las democracias están en venta, con todos sus productos, empezando por las libertades, y las dictaduras pueden exportar la censura, si pagan bien, más allá de los límites bajo mando del reyezuelo correspondiente.

El supuesto que estoy planteando jamás se produjo en la historia del franquismo. Las relaciones "culturales" de aquel régimen se llevaban a cabo con otras dictaduras, mientras las democracias daban acogida a los artistas y escritores que se oponían a la tiranía española. Nunca estaremos suficientemente agradecidos por esto a Francia o México, por ejemplo.

Pues bien, lo que las democracias europeas no hicieron entonces contra la ciudadanía española –convertidos sus integrantes en súbditos de aquél nacionalcatolicismo casposo-, lo hace ahora el muy democrático ayuntamiento de Cartagena, que ha censurado a dos escritores del programa de actividades literarias de La Mar de Músicas porque no son del gusto de los burócratas de la embajada marroquí en España, que financian una parte del festival, sobre el que pensábamos que homenajeaba este año a Marruecos y no, desde luego, a su Gobierno, que en modo alguno es convalidable con los usos democráticos.

Lo grave, más allá de la propia censura, son los pretextos que se dan para justificarla. El director de La Mar de Músicas ha distinguido entre activismo político intelectual y literatura, como si la literatura, sobre todo bajo una dictadura, tuviera que ser el resultado de un ejercicio descontextualizado de la política y la sociedad. Si así fuera ¿qué necesidad habría de hablar de "literatura de Marruecos" o de cualquier otro país? Si las obras literarias –o las musicales, o las cinematográficas, o las…-surgieran de una abstracción universal desconectada del tiempo y del espacio daría igual organizar un ciclo sobre cultura norteamericana que sobre cultura iraní, pongamos por caso. De todas maneras, lo de Paco Martín, el director, se entiende –poco, pero se entiende- en el intento de jugar al posibilismo que todo gestor cultural empotrado en la Administración pública se ve obligado a ejercer.

Pero lo más grosero ha sido lo de la concejala de Cultura, Rosario Montero, quien en el último pleno municipal, a preguntas de la oposición sobre la dimisión de la directora de La Mar de Letras, Lola López Mondéjar, a causa de la censura marroquí, acatada por el Ayuntamiento, aseguró muy resuelta que "aquí nadie va a imponer sus intereses. Y esta señora quería imponerlos y no coordinarse con nadie para cerrar la programación". Esta pobre concejala, a la que dan órdenes desde la embajada marroquí que ella acepta muy gustosa, dice que "aquí nadie va a imponer sus intereses". ¿Nadie? ¿Ni siquiera los burócratas del Gobierno de Marruecos a través de ella misma? Y esto aparte de lo que desvela su particular sentido acerca de la función que ha de tener el director de un programa cultural. ¿Para qué querían a López Mondéjar? Si su función debía consistir en hacer lo que dijera la concejala que a ésta le había dicho previamente el censurador marroquí, para eso bastaba un funcionario y no una escritora que, como ella, ha dado muestras, incluso por encima de sus propias ideas, de actuar con independencia, diseñando un programa plural y abierto mediante el que ofrecer lo que se cuece realmente en la vida literaria marroquí, de la que curiosamente los dos nombres tachados resultan ser los más populares fuera de ese país.

Hay que recordar que este no es el primer caso de censura en La Mar de Músicas. El pasado año, el socialista Margalef también fue tachado de una mesa redonda, en aquella ocasión sobre literatura francesa, y no por intervención de la embajada, sino por la autoridad de esa concejala de Cultura que tan orgullosa está de emplear el lápiz rojo.

Sorprende el gran revuelo que generó el caso Bassi y la absoluta indiferencia con que se ha valorado éste, tal vez porque La Mar de Músicas, aparte de un magnífico festival, es un extraordinario pesebre para muchos intelectuales que, en la distancia corta, son incapaces de distinguir entre unas y otras censuras

3 comentarios:

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